Sos presocrático. Sofista, le dijo uno. Al Ensayista.
Otro le dijo que su pensamiento se parecía a Spinoza.
Otro mensajero quedó marcado de por vida: le pagó a Google Adds para hacer publicidad negativa.
Un cantante por radio le preguntó en que creía.
Creo en lo que creo, dijo El Ensayista.
El libro de Mateo, le dijo a un pelafustan que le preguntó que leer.
Los ángeles existen, aseguró otro matón, detrás del teclado. Deben existir, dijo El Ensayista.
Hay un pensamiento en el que El Ensayista retoma, desde Buenos Aires o desde cualquier lado, lo primitivo. Del hombre caído al que anduvo en la mar, El Ensayista naufraga en una balsa intelectual, piensan los mediocres. Los promedios. Los cortos de vista. Los chicatos. Con lentes culo de botella.
En un submarino amarillo, dice otro.
Yo escucho rock de los 80, lo desmintió por AM.
Nadie advirtió algo de su insurrección.
Al igual que Rodolfo Mondolfo, en Sócrates, El Ensayista es un peripatético. Un hombre que busca la verdad. Un hombre que hace preguntas para que Lo Platón llegue a conclusiones.
La tesis de Mondolfo, sin embargo, tenía como síntesis evolutiva, testeando hipótesis y antítesis, la necesidad de restaurar la verdad. La verdad al día.
Sócrates, afirma la investigación de Mondolfo, fue materia. Fue un ser humano.
Como Abraham, ofrecerse en sacrificio, mostrando fortaleza donde otro ve debilidad, es la mejor manera de no beber la cicuta. Para perderse. Encontrarse y llegar a la cosa en sí. De ver la esencia donde se ve apariencia.
Después, las opiniones son obligatorias. Aleatorias. Imposibles de manejarse en dialéctica. Son Spinozas.
Todo era así hasta que el genio derritió el reloj. Una vez derretido: La poesía es la única verdad. Así opinaba Cerati.
Aunque se haga en un short de instagram.
Quien no vea al Ensayista como un guerrero de la estética, es un nabo. La estética es y será protestante. Debe protestar. Elogiar la locura.
Y restaurar la belleza. La limpieza. El orden. Según los analistas. Ensayar o morir. En libertad. Dándole un vaso de agua al que está tirado en el piso.
Ante la estética la geografía, las posiciones particulares ante un combate singular, se cabalgan. Se disuelven. Se transforman.
Del labertino, dirá El Ensayista, argentino hasta los huesos, se sale por arriba. Siendo humano. Demasiado humano.
Su distrito es la palabra. Su distrito es el lenguaje.