Por Luis Gotte*
El reciente debate presidencial nos permite reflexionar sobre la naturaleza de la política, el poder y la percepción misma de los candidatos. A medida que los aspirantes a ocupar el Sillón centralista de Rivadavia se enfrentan al escenario popular, previamente acondicionado, para discutir y defender sus propuestas desde el yo-ego, podemos ver cómo se despliegan diferentes elementos artificiosos que influyen en la forma en que nos relatan y describen la realidad.
En primer lugar, este debate presidencial nos permite analizar cómo construyen y transmiten las ideas. Los candidatos, tanto Javier Milei como Sergio Massa (dos caras de una misma moneda), utilizan argumentos racionales, estadísticas y axiomas, con la intención de persuadir a los optantes sobre la validez y eficacia de sus propuestas. Ambos perfectamente coacheados, preparados y formados. Uno, desde lo discursivo-emocional, el relato que persigue un pasado liberal y de libremercado al que se quiere retornar, sin base histórica (ya nadie lee historia), donde cada palabra y expresión es científicamente empleada con un estilo reaccionario-emotivo. El otro, un avezado político, compacto, casi perfecto, racional, técnico, ocupando el centro del escenario, seguro de sí mismo y cronometrado.
El modo en cómo se exteriorizan con sus argumentos, se eligen las palabras y los tonos utilizados, juega un papel crucial ante el público televidente (45% de rating en promedio) que, de escasa cultura política, percibe y acepta las ideas, sin cuestionar cómo se relacionan las palabras y la realidad que pretenden representar, y cómo moldean nuestras percepciones a través de sus argumentaciones. Previamente alguien seleccionó, estratégicamente, los ejes temáticos a debatir.
Otro elemento presente es el poder de la imagen. A medida que los candidatos se presentan frente a las cámaras, sus apariencias, gestos y expresiones faciales influyen significativamente en cómo los percibimos y cómo interpretamos sus palabras. Estos aspectos visuales tienen un impacto subconsciente en nuestras evaluaciones de los postulantes, incluso antes de que comiencen a hablar. La manera en que se utilizan los elementos visuales, como el escenario, la iluminación e incluso el caminar en el escenario, pueden ser considerados decisiones estratégicas con el fin de emitir ciertas impresiones o mensajes subliminales. Massa parece controlar el territorio, ha pasado de ser el animal a cazar, a ser el cazador de Milei…que permanece inmóvil, controlado en su atril-trampa.
Lo curioso es que, racionalmente, Massa mostró ventajas ante Milei. Pero, en lo emocional, Milei, victimizado, salió airoso. Los QRistas así lo han manifestado en las redes.
Por otro lado, el debate nos plantea la cuestión de la verdad y la veracidad. Los candidatos argumentan tener puntos de vista divergentes, presentando premisas contradictorias en temas pre-determinados. La palabra “mentiroso” se vuelve reiterativa. En esta trama, nos enfrentamos a la pregunta de si la verdad hasta dónde puede ser manipulada, y cómo su interpretación puede influir en nuestras creencias y toma de decisiones. Ello nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la realidad misma y cómo la percibimos y puede ser modificada desde el discurso político. Por eso que, debemos ser conscientes de cómo nos dejamos influir.
El debate se nos presenta como una batalla de palabras. Los medios de comunicación lo relatan como un partido de fútbol, quien gana o pierde votos. Debemos trascender esta retórica. De lo que se trata es de explorar la esencia misma de la democracia y la idea de poder que tiene el próximo presidente de los argentinos.
Sin embargo, buscamos ganadores y perdedores, pero no preguntas: ¿Qué tipo de líder queremos? ¿Cómo se reflejan nuestras identidades y valores en los candidatos? ¿Qué revelan sus gestos más allá de las respuestas ensayadas? ¿Cuánto de lo que vemos es genuino? ¿Qué máscaras se desvanecen cuando las cámaras enfocan sus rostros o se apagan? ¿Qué promesas se elevan a la categoría de destino? ¿Qué se omite deliberadamente? ¿Qué verdades se esconden detrás de las estadísticas y los gráficos? ¿Qué narrativas se perpetúan o desafían? ¿Qué verdades nos ocultan?
Indudablemente, hay más que un enfrentamiento verbal; el debate presidencial no es más que el espejo de nuestra comunidad. Reflejan nuestras esperanzas, miedos y aspiraciones, pero, también, el deterioro de nuestra concepción de las instituciones democráticas. El debate se presenta como espacios objetivos, de interés de la patria y su pueblo, pero están impregnados de subjetividad colonialista. De un statu quo que busca mantenerse: el centralismo político, el extractivismo, el despoblamiento, desindustrialización, la caída poblacional, el cambio cultural, el atlantismo, el pobrismo…
Ambos candidatos, productos del régimen globalista (otro ejemplo es el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau), son personalistas, descreen de las instituciones federales de gobierno, de la descentralización política, de las autonomías provinciales, de comunidad Organizada. Tienen un modelo de organización que cumplir. No es lo que el pueblo pretende. Desconocen la realidad argentina, como a su pueblo, de la capacidad productiva de su tierra, descreen de los modelos regionalistas de producción, del trabajo interdisciplinario para la generación de infraestructura. Uno representa un régimen liberal moderado y el otro radicalizado…el próximo domingo optaremos.
*Escritor y articulista, co-autor de “Buenos Ayres Humana, la hora de tu comunidad” Ed. Fabro, 2022; y de “Buenos Ayres Humana II, la hora de tu Intendente” en preparación.
La pequeña trinchera
Mar del Plata