Escribía allá por 1972 el filósofo y escritor italiano Umberto Eco que Occidente estaba ingresando a una nueva edad media en los albores del tercer milenio. Esta idea, compartida también por otros autores, consistía en el hecho de que la sociedad de finales del siglo XX, a causa de sus profundas contradicciones económicas y sociales, entre ellas el deterioro socio-cultural, corría el riesgo de derivar en una nueva versión de la época medieval. Las palabras clave eran crisis y caos.
Uno de los hechos destacables del medioevo eran los reyes taumaturgos o “del toque real”, que bien ha descrito el medievalista francés Marc Bloch. Se trata de la capacidad y la actitud de realizar prodigios, fenómenos considerados sobrenaturales o más allá de las capacidades humanas, por parte de un agente al que se considera extraordinario, como un mago o un santo, o incluso un rey como se ha dado en Inglaterra y Francia.
La oscura edad media, la crisis social y el caos cultural se suman a este fenómeno curativo de nuevos ilusionistas que han llevado a una gran parte de nuestra comunidad a un fenómeno socio-psicológico, conocido como “histeria colectiva”, un fenómeno de ansiedad grupal, caracterizado por la aparición de una serie de alteraciones psicológicas que se propagan rápidamente en un determinado grupo. En consecuencia, el sujeto se despersonaliza y se genera un “alma colectiva emergente”. Tal vez el ejemplo más paradigmático sea la transmisión por radio de Orson Wells, donde en 1938, junto con varios colegas de su compañía, representó por radio una adaptación de la obra de H. G. Wells “La Guerra de los Mundos”. El realismo fue tal que la emisión causó auténtico pánico en Nueva Jersey, con tremendas escenas de histeria.
El hombre medieval tendía a demonizar aquello que no podía dominar, los espacios inexplorados eran temidos y convertidos en lugares prácticamente prohibidos, como pasaría con el bosque, donde en el imaginario medieval ocurría todo tipo de sucesos sobrenaturales y era el hogar de las brujas, monstruos y del mismo diablo. En tal sentido son interesantes los aportes descriptivos del medievalista español Emilio Mitre Fernández.
El filósofo británico Francis Bacon afirmaba que “la finalidad de la ciencia es mejorar la suerte del hombre en la Tierra”. Pero, al parecer, toda la ciencia que acumulamos -y que hizo posibles la ingeniería genética, la llagada a la Luna, los satélites de comunicaciones e Internet, el observar el interior de nuestro cráneo, limpiar arterias, trasplante coronario o crear embriones fuera del cuerpo femenino-, no alcanzó para calmar los temores que nos acosan.
Igual que hace mil años, hoy sentimos miedo de la miseria, la enfermedad, la violencia…En la Edad Media imperaban las creencias esotéricas. Aquí y ahora, los charlatanes que venden talismanes para superar la adversidad, prever el futuro, curar todo tipo de enfermedades del alma y el cuerpo, tienen un éxito notable.
Para ampararnos de los durísimos golpes que parece tenernos reservados el destino podemos recurrir a terapias mágicas, y hasta tenemos miedo de desaparecer por una desafortunada cadena de malas jugadas económicas, como perecieron los dinosaurios por una incomprensible casualidad (?) cósmica.
Sí, en ciertos sentidos estamos ingresando a esta Edad Media. Pero tal vez nos quede el consuelo de que, como decía Quevedo, el temor es la raíz de la sabiduría. O, como afirmaba Lord Byron, “la adversidad es el primer paso hacia la verdad”. O como decía Perón que el germen genera sus propios anticuerpos.
Luis Gotte
Co-autor de “Buenos Ayres Humana, la hora de tu comunidad” Ed. Fabro, 2022.
Mar del Plata