Leemos en la Carta Encíclica FRATELLI TUTTI del Santo Padre Francisco sobre la fraternidad y la amistad social, del 03 de Octubre de 2020, que “Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío…El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia”.
Las ideologías europeas, como la liberal y la socialdemócrata, han generado una serie de problemas que amenazan la cohesión social y el sentido de pertenencia de nuestro pueblo. Uno de estos problemas, a aparte de la ruptura de la unidad de concepción, es la pérdida de la pasión compartida por una comunidad, entendida como un grupo de personas que se identifican con valores, intereses y objetivos comunes en un espacio geográfico, y que se apoyan mutuamente en las dificultades. Ello implica dedicar tiempo, esfuerzo y recursos a la comunidad por un compromiso solidario y de afectos.
Es claro que, el hombre solo podrá realizarse, material y espiritualmente, en una comunidad que también se realiza. Y la condición elemental de su integración es que la sienta como propia, que viva en la convicción libre de que no hay diferencia entre sus principios individuales y los que alienta el colectivo. En una comunidad donde cada uno de nosotros tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no solo su presencia muda y temerosa.
Sin embargo, en el mundo actual dominado por las grandes urbes, el individualismo, el consumismo y la competencia, muchas personas se han alejado de sus comunidades de origen, o han dejado de participar activamente en ellas por las adicciones a las tecnologías digitales. Se han dejado seducir por una ilusión global que les promete felicidad, éxito y libertad, pero que en realidad los somete a una lógica de mercado que los explota, insectifica y deshumaniza. Esta ilusión global se basa en la idea de que todo es posible, de que no hay límites ni fronteras, de que el mundo es un gran escenario donde cada uno puede elegir su rol y su destino.
Pero esta ilusión, empoderada por el relato político, es frágil y engañosa. Tarde o temprano caerá trágicamente, ya sea por crisis económica o violencia social. Y cuando esto ocurra, muchos quedarán sin referentes, sin apoyo, sin sentido. Se sentirán solas, vacías y angustiadas. Experimentarán una sensación de asco y repulsión ante una existencia de falsa conciencia, comprobando que no existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie.
¿Cómo evitar este escenario? ¿Cómo recuperar la pasión compartida en comunidad? La respuesta está en la educación. La educación es el medio más poderoso para formar buenos vecinos, que disientan, conscientes y responsables, capaces de cuestionar la ilusión, el relato ideológico, y de constituir alternativas más justas, solidarias y sostenibles. La educación debe fomentar el desarrollo integral de las personas, no solo en sus aspectos cognitivos, sino también en sus aspectos afectivos, éticos y estéticos. Promoviendo la persuasión que genere mayorías, la unidad de concepción y la cooperación entre los pueblos. La educación debe estimular la creatividad, la innovación y la transformación de la comunidad.
Pero, sobre todo, la educación debe recuperar el amor por el barrio, lo local, por la comunidad. Debe enseñar a las personas a valorar su identidad colectiva, a sentirse orgullosa de su historia, su cultura y su patrimonio. Debe animar a las personas a participar activamente en su comunidad, a contribuir con sus talentos y recursos a su desarrollo y bienestar. Debe motivarlas a cuidar de su lugar de pertenencia, a defender sus derechos y a proteger su entorno.
Por lo tanto, la educación debe apuntar a lo local, diseñada desde el municipio, que comprenda lo regional y se sustente en la cultura nacional. Es una forma de respetar la diversidad y la identidad de cada comunidad, promoviendo su desarrollo y participación. Recuperar la pasión compartida por una comunidad que, en la interacción con otras comunas, desde una perspectiva regional, se enriquecerán, aprendiendo de otras experiencias y cooperarán entre ellas. De esa forma comprenderán que hay mucho en común entre ellas. Es lo que nos constituye como nación. Por eso la educación debe ser federal, donde se combine lo local y lo nacional, lo propio y lo ajeno, lo cercano y lo lejano, sin perder ni renunciar a ninguno de esos espacios.
Hoy es necesario recuperar y valorar las tradiciones, usos y costumbres del pueblo argentino, su cultura nacional. Es la forma de resistir a la homogeneización y al sometimiento que impone el colonialismo del que tantas veces hemos hablado. La educación como la cultura es una forma de expresar la diversidad y la riqueza de nuestra historia, nuestra geografía y de nuestro pueblo. Nuestra prioridad es constituir -y no construir, porque luego querrán deconstruirla- nuestra identidad y nuestra memoria colectiva.
De la misma forma que generemos esta pasión compartida por lo local, que nos ayudará a fortalecer nuestra cultura nacional, se comenzará a formar una conciencia continental que supere las divisiones políticas, las rivalidades históricas y los prejuicios raciales. Crear una Confederación de Repúblicas hermanas que garantice la paz, la justicia y el progreso para todos los pueblos.
Solo así podremos enfrentar los desafíos del S.XXI con esperanza y confianza. Solo así podremos constituir un mundo más humano y más feliz, a través de la Patria Grande.
Luis Gotte
La pequeña trinchera
Mar del Plata