Leandro Alem y Juan Perón, dos políticos nacionales que, en distintas épocas y circunstancias, tuvieron una influencia decisiva en la historia del país. Fueron fundadores de dos corrientes movimientistas de base antiimperialista que aún hoy perduran, aunque a duras penas y alejados de su ideario fundacional: la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista. Sus concepciones sobre la América Hispana, el Federalismo y la Autonomía Municipal reflejan que compartían un mismo proyecto de nación.
Uno y otro movimiento nacen para representar a los sectores más vulnerables de nuestra comunidad nacional, a nuestros criollos olvidados, a los inmigrantes y sus hijos, la “chusma radical” y “el cabecita negra” peronista que luchan para transformar a una Argentina de pocos en una nación para todos, donde los sectores conservadores y privilegiados impedían la concreción de estas aspiraciones populares apelando al fraude y la represión.
La Revolución del Parque (1890) como el 17 de octubre (1945) fueron dos fechas fundantes para el pueblo argentino, en la conquista de los derechos políticos y, posteriormente, de los derechos sociales. En ese sentido, hicieron de la Argentina un país único en cuanto a la adquisición de derechos. Recordemos que, en Gringolandia recién en 1966 tendrán una Ley de Derechos Civiles que respetará a los afroamericanos y a las mujeres y, en 1967 será elegido el primer Senador afroamericano.
Seguramente, sin la presencia de estas dos icónicas figuras, hoy, nuestra patria, sería muy diferente. O muy semejante a las realidades de nuestros pueblos hermanos de la América Hispana: carteles de la droga, narco-guerrilla, maras, ausencia de clase media…
Estas dos corrientes de pensamiento y acción fueron fervientes defensores de la idea primigenia artiguista: la “Patria Grande“. Abogaron por la unión de nuestros pueblos. Con una visión de solidaridad y cooperación entre los países de la América para enfrentar mejor los desafíos comunes y resistir la influencia de las potencias colonialistas. Así surgirá el Gral. Mosconi con YPF, ejemplo seguido por muchos gobiernos del continente, o el ATLAS impulsado por el gobierno peronista en el intento de una central obrera equidistante a Washington y Moscú.
Tanto el radicalismo como el peronismo han sido fuertes defensores del federalismo, un principio fundamental en el sistema político argentino. La descentralización del poder y la autonomía de las provincias, con sus propias identidades y desarrollo económico con una conducción política nacional que pudiera garantizar la justicia social y la igualdad de oportunidades en todo el país. Para ello el federalismo es garante de una distribución equitativa del poder y de recursos entre el gobierno central y las provincias. A menudo, sus gobiernos chocan con las élites provinciales que defienden un federalismo mal entendido donde, muchas de las veces, los británicos juegan a la disolución del poder federal.
También se respaldó la autonomía de los municipios como parte de la visión federalista. Los gobiernos locales deben tener un mayor control sobre sus asuntos internos y sus recursos. Esta perspectiva se alinea con una visión de descentralización y equidad en la distribución del poder. Si bien es cierto que, no se centraron tanto en las autonomías, un concepto político nuevo para la época, sí se promovieron políticas de descentralización administrativa que permitieron una mayor participación local en la toma de decisiones.
Estas dos visiones unívocas, radical y peronista, antes de ser atravesadas por los ideologismos europeos, liberales o socialdemócratas, buscan una comunidad más justa y equitativa, donde la conducción política tengan un papel activo en la promoción del bienestar social y la igualdad de oportunidades, en una comunidad organizada en la que se garantice la participación social y se protegieran los derechos de los más vulnerables.
En definitiva, tanto el radicalismo como el peronismo se enraízan con los movimientos emancipadores y, dentro de este enfoque, promoverán una América Hispana articulada por acuerdos que intensifiquen los intereses regionales; que siendo una misma nación, aunque dividida en estados políticos, sus pueblos puedan caminar de un lado a otro con total libertad; que puedan negociar, como un bloque regional, en un mismo pie de igualdad con las otras potencias o bloques (hoy sería los BRICS, la Unión Europea o Africana, la Ruta de la Seda); que se proteja y promueva el desarrollo cultural nacional, superando todo vestigio de coloniaje y se incorpore los avances tecnológicos sin tener que olvidar o desintegrar las costumbres y las tradiciones autóctonas; donde se armonice y equilibre lo mejor de Europa con nuestra visión hispanista (en unidad entre lo criollo y lo nativo); en una interrelación social sin rencores, sin provocaciones, que prevalezca la comprensión y tolerancia; donde para un hispanoamericano no hay nada mejor que otro hispanoamericano; y, unidos en una confederación de Estados Americanos con la característica de preservar y respetar las respectivas soberanías.
Luis Gotte
La pequeña trinchera
Mar del Plata