Por Carlos Rodríguez.
Sin opinar de cuestiones judiciales de un individuo del que, a quien como a tantos, se lo acusa de delitos aberrantes, reflexionaré, como periodista admitido por mis colegas como tal, sobre la praxis periodística de Ezequiel Guazzora. La noticia policial es una cosa. Ya ha sido protagonista de otras que incluyen elementos deplorables. El periodismo no es policíaco. En una democracia. No se juzgan personas, se juzgan actos. Y por el protocolo periodístico que aprendí de grandes como Tomás Eloy Martínez.
En lo personal, como hombre de familia, mis pulsiones son las mismas que las del lector ante alguien que comete un delito y es probado judicialmente. No las diré para no fomentar la violencia social. Salvo quienes son psicópatas, menos del 1% de la población, todas las personas bien nacidas sentimos lo mismo ante actos aberrantes.
¿Tiene algún sentido fusilarlo mediáticamente?
¿Fue condenado por la justicia?
¿Aporta a algo insultarlo?
¿Aporta a algo producir que se haga daño a si o a terceros?
Nada.
Guazzora fue acusado del mismo delito que un cantante mítico extranjero que consumía drogas prohibidas.
Paremos la moto, colegas.
Esto, que comenzó con el díscolo de Bernardo Neustadt Pepe Eliaschev (acusado de “granuja” por Jorge Guinzburg cuando fue funcionario de Grosso dirigiendo Radio Municipal y dejó sin trabajo al humorista. Este episodio lo recordó Gabriel Mariotto en Canal 26) que hizo públicas conversaciones y negociaciones privadas con Mona Moncalvillo que, por el bajo rating, levantó Esto que pasa de la AM 870 que dirigía. El problema de rating de Pepe se fue de sus manos: acusó de censor a Néstor Kirchner. A los dos meses, Eliaschev, que ya trabajaba en Perfil, comenzó a trabajar en Radio Colonia de la que se fue por lo mismo: el bajo rating.
El periodismo independiente es independiente. No De Independiente. Ni de Boca. Ni de Racing.
Si alguien hizo algo malo, se encarga la Justicia. No Tangalanga. Ni Corona.
Lo que sí, su estilo periodístico, de fiscal con micrófono sin credenciales, cuando iba a Radio Mitre e increpaba a Marcelo Longobardi, ha dañado la noble profesión. También cuando, con su micrófono, devolvía insultos a sembradores de odio serial: un periodista no tiene nada que hablar con Jorge Corona ni con Tangalanga para reprocharles los chistes groseros.
El periodismo no come ni invita a comer insectos. Ni a tragar sapos. Ni debe enfermar más aún a una sociedad enferma. Debe invitar a reflexionar. Sobre las condiciones materiales de existencia. Y espirituales.
Su estilo es el mismo que el de los programas de cámaras ocultas que, por ejemplo, arruinaron el matrimonio de Beatríz Salomón y el prestigio del doctor Ferriols. Esa noche, dándole la posibilidad a una persona de explicar una acusación (tener gustos sexuales por personas trans) en informe un programa “periodístico”, América le dió derecho a réplica en el programa que continuaba al que mortificaron al cirujano.
El estilo acusatorio debemos trascenderlo. Al ciudadano de a pié, al lector, no le importan las reuniones privadas de café. Le importa, en la radio y en la televisión, la hora, la temperatura, el sol y el tránsito.
Ante las redes social de twitteros financiados por políticos, denunciados por Javier Milei en FM Neura con Fantino, no sabemos qué es verdad y qué no es verdad.
Y quién maneja o no un teléfono: una candidata presidencial habría sido que quien chateo con un reo hoy en prisión, fue su nieto. Y dado que la inteligencia artificial ha avanzado, ya no sabemos.
Sabemos que es malo escrachar aún a los escrachadores.
O increpar a Fantino o Longobardi por pensar distinto: ellos dos ejercen el periodismo y fueron interrogados por Guazzora como si estuviesen ante un juez. Su delito “pensar distinto” de quien fue en la lista de Alberto Samid.