Recibo un flyer por WhatsApp y la sangre se hiela. No es un número, es la historia de un pibe de 19 años. Es la historia de cómo un apuro ajeno puede desintegrar una familia.

Suena el teléfono. Una notificación más de WhatsApp en un día cualquiera. Uno desliza el dedo, esperando lo de siempre: un meme, una consulta de laburo, un saludo. Pero esta vez no. Esta vez, la pantalla te devuelve la mirada de un pibe. Un pibe joven, con una campera roja. Y un texto que empieza de una forma que te descoloca: “Hola! mi nombre es JONATHAN BENITEZ, me preguntaran quien soy no?”.
Y de golpe, el café se enfría y la sangre se hiela.
Porque lo que sigue es el relato de una vida truncada, una voz que ya no está, pidiendo por favor que no la olviden. Es un reclamo de justicia que lleva la firma de una familia rota.
La gacetilla fría, los hechos:
El caso es el de Jonathan Benitez. El 10 de junio de 2019, a las 7:45 de la mañana, iba a trabajar en su moto. Tenía 19 años. Según relata el flyer, que su familia difunde incansablemente, en la calle 25 de Mayo, entre Paiba y Leguizamón (Ministro Rivadavia, Burzaco), una camioneta blanca intentó una maniobra temeraria.
Para sobrepasar a un colectivo, invadió el carril contrario.
En ese carril venía Jonathan.
El impacto fue de frente. El conductor de la camioneta, según la denuncia, se dio a la fuga.
El texto del flyer, escrito desde la perspectiva del propio Jonathan, es un puñal: “No puedo abrir mis ojitos para contarle a mamá quien fue! pero los voy a guiar para que hagan justicia por mi”. El reclamo persiste años después (el flyer mismo clama “ya pasaron 4 años”, señalando la lentitud o la ausencia de respuestas).
La reflexión que nos quema por dentro:
Acá es donde el relato de Jonathan, ese que recibiste por WhatsApp, te pega en el pecho. Porque pensás en cuántas veces viste esa maniobra. Cuántas veces, manejando o caminando, viste al apurado, al que se manda “total paso”, al que cree que la calle es solo suya.
Y entendés ese punto que me marcabas: la persona que manejaba esa camioneta blanca probablemente no se levantó esa mañana pensando “voy a matar a alguien”. No es, quizás, un asesino en el sentido cinematográfico del término.
Es algo peor. Es alguien que no es cuidadoso con la vida.
Es la encarnación de la indolencia. Es la persona tan metida en sus temas, tan absorbida por su apuro egoísta —llegar al trabajo, evitar el semáforo, ganarle al de al lado— que se vuelve incapaz de registrar que el auto que viene de frente no es un obstáculo, es una persona. Que la moto que viene en su carril es un pibe de 19 años yéndose a ganar el mango.
No son “asesinos”, pero matan igual. Matan por negligencia, por imprudencia, por una falta de empatía básica que se volvió rutina en el asfalto.
Ese volantazo para pasar al colectivo, ese acto de dos segundos de alguien “metido en sus temas”, fue suficiente para destruir una familia. Para “apagar una sonrisa”, como dice el texto. Para robarle a una madre la chance de “ver envejecer” a su hijo.
Eso es lo que hiela la sangre. No la maldad pura, sino la banalidad de la imprudencia. La facilidad con la que se puede destruir todo por un simple apuro. Y la cobardía posterior de fugarse, de no hacerse cargo del desastre provocado, dejando a una familia con la única herramienta de un flyer de WhatsApp para pedir que el caso no muera también.
La familia de Jonathan sigue esperando justicia. Y su voz, aunque sea a través de un JPG viralizado, nos interpela a todos.
Contactos (difundidos por la familia): Mama: 11-2385-8205 Hermana: 11-2241-9551