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    El señor cuento

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    “Mi primer sueldo fue en forma de vouchers de compañías que pautaban publicidad en la radio. Los gasté en dos novelas de Dostoievsky de ediciones pocket con tipografía Arial 10 sin interlineado, cuatro boxers, tres remeras con rayas de una marca francesa con un cocodrilo toy en el bolsillo izquierdo y dos cortes de pelo en una peluquería en la que no usaron navaja para retocarme las patillas.Mi tarea, en la sala de producción de esa AM, era sentarme durante dos horas al lado de un teléfono, redactar los mensajes de los oyentes y entrar al estudio en las tandas para pasarle la planilla a Ximena, la locutora del programa. Una muchacha ojos verde marihuana que diseñaba muñequitos de porcelana fría, descargaba tensión mordiéndose la parte de adelante del labio superior y caminaba sobre dos piernas largas con la cadencia de las chicas que se sienten lindas.Estaba en segundo año de la secundaria: dos años y medio atrás mi habitación había sido el campo de batalla en el que un Caballero del Zodíaco montado sobre un Pequeño Pony, sin estribos ni fustas, derrotaba a un fálico He Man.Empecé a trabajar en esa radio el tercer jueves de octubre del 2005, cuando salí de una prueba de vóley en el campo de deportes, en la que había desaprobado.Toqué el timbre de la puerta de atrás del 15 a tres cuadras de la radio y entré al baño del primer piso de un Mc Donald´s. Me acomodé el cuello de la chomba verde inglés frente al espejo, me enjuagué las manos con un jabón capaz de aniquilar el noventa y nueve coma cinco por ciento de las bacterias y limpié los cristales orgánicos de los anteojos circulares, con aumento para miopía y astigmatismo.Entré a la radio con el cuello contracturado, le mostré mi DNI al empleado de seguridad de la puerta y le conté que quería trabajar ahí. Me senté en el sillón del lobby, jugué al Snake en el Nokia 1100, la víbora se inoculó su propio veneno al morderse la cola y el Gerente de Noticias me extendió la mano. Fue la primera vez que no saludé a un adulto con un beso en la mejilla, y lo traté de usted. Me preguntó cuántos años tenía y dijo que era la misma edad en la que Neustadt y Lanata habían debutado en periodismo.Empecé un examen que consistía en sentarme al lado de un teléfono, en una silla de oficina con un almohadón que tenía la inscripción tour est possible, registrar cada uno de los llamados y mostrarle la planilla quince minutos después. Habían pasado diez minutos y ningún oyente había llamado a la línea rotativa. Tenía las manos transpiradas, la mandíbula tensa por el bruxismo y las uñas comidas. Los dedos mochos, las puntas desgarradas, los pellejos corroídos. Las yemas de los dedos entrenadas a tocar un mundo que ardía, quemaba o causaba escozor.Atendí el teléfono y comprobé que estaba fuera de servicio. Improvisé cuatro mensajes: dos reforzaron la línea editorial de la emisora, uno la contradijo, y Felicitas de San Isidro dijo que el conductor de la primera mañana estaba re partible porque se parecía a Richard Gere.Mientras escribí ese esbozo de ficción, sentí la exaltación profunda de la que hablaban mis compañeritos que convertían goles en los partidos del segundo recreo. El éxtasis que también comentaban los chicos que descifraban acordes de Pescado Rabioso en una guitarra criolla, tirados en el pasto de la explanada del colegio. “Aplauso, medalla y beso”, dijo el Gerente de Noticias. Se puso de pie, atándose un suéter salmón sobre los hombros y apagó un cigarrillo negro en el cenicero de mármol de su oficina. Me condujo, por unos laberintos con retratos del dueño de la radio y relojes japoneses que cuantificaban minutos, segundos y microsegundos hasta la pecera del operador. Quería que tuviese una vista panorámica del programa del atardecer, donde iba a incorporarme.El conductor dijo, con su voz de cuarzo molido, que tres fuentes del gobierno le confirmaron que Roberto Lavagna estaba por renunciar al Ministerio de Economía y le cedió la palabra a Ximena. Ella dijo que el cielo estaba gris, que había probabilidad de chaparrones aislados. Agregó que al día siguiente iba a estar despejado, con una máxima de veintidós, una mínima de catorce, y le hizo una seña al operador.Después de la marcha del servicio informativo, un aviso sobre el Bic Mac a catorce pesos y el jingle del spot del malbec de una bodega indie, el operador adjuntó un estribillo como cortina provisoria: el de Miguel Abuelo diciendo que cada hombre es un soldador uniendo las partes rotas del gran espejo interior”.

    Lucas Ignacio Verducci

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