Había una vez, en la vibrante ciudad de Londres, un pequeño ratón llamado Oliver que vivía en una madriguera acogedora debajo del suelo de la estación de metro de Covent Garden. Oliver no era un ratón común y corriente; tenía una curiosidad insaciable y un amor por explorar el mundo que lo rodeaba.
Un día, mientras recorría los túneles subterráneos, Oliver escuchó un murmullo emocionante entre los humanos que caminaban por las plataformas. Al acercarse sigilosamente, descubrió que había una feria callejera en la superficie. Intrigado, decidió aventurarse fuera de su madriguera para descubrir qué maravillas esperaban en la bulliciosa ciudad.
Al emerger en la superficie, los ojos de Oliver se iluminaron con el resplandor de las luces brillantes y los colores vibrantes que decoraban las calles de Londres. Se encontró con artistas callejeros que pintaban paisajes urbanos, músicos que tocaban melodías alegres y vendedores que ofrecían delicias culinarias de todo el mundo.
Sin embargo, lo que más fascinó a Oliver fue el río Támesis y el majestuoso Puente de la Torre que se erguía en el horizonte. Se deslizó hasta el borde del río y se asomó para admirar la ciudad desde un punto de vista único. La brisa fresca le acariciaba el pelaje mientras veía los barcos pasar y escuchaba el susurro del agua.
Emocionado por su aventura, Oliver decidió explorar más a fondo. Se aventuró por los parques llenos de flores, cruzó las plazas históricas y se maravilló ante la grandiosidad del Palacio de Buckingham. Londres se revelaba ante él como un lugar lleno de historia, cultura y diversidad.
Mientras exploraba, Oliver hizo nuevos amigos entre los animales de la ciudad. Un simpático pato en el estanque de St. James’s Park le contó historias sobre los monumentos cercanos, y un gato callejero le enseñó los callejones secretos donde los humanos no solían mirar.
Al final del día, exhausto pero feliz, Oliver regresó a su madriguera en Covent Garden. Se acurrucó en su camita, agradecido por la maravillosa jornada que había tenido. Mientras cerraba los ojos, se prometió a sí mismo seguir explorando Londres, la ciudad que le había abierto las puertas a un mundo lleno de descubrimientos y amistades inesperadas.
Y así, cada día, Oliver continuó sus travesías por las calles de Londres, sabiendo que siempre habría algo nuevo y emocionante esperándolo en la ciudad que se convirtió en su hogar.
Julio María. Escritor Español. 1973.