“Perro salchica
Gordo bachicha”
María Elena Walsh, El show del perro salchicha.
“Muerto el perro se acabó la rabia
No sos aquel amigo
De los cueros de Malabia
Lástima Argentina
Era un bizcochuelo
Ahora es gelatina
Otra vez nadie dice la verdad
Ni en pedo ni de casualidad
La coima del Senado
No es pecado
El pibe está en cana
Por viajar colado
A veces sufro si me dan lo peor
Seguro que el ministro no toma Blancaflor
Qué lástima Argentina
Eras un bizcochuelo
Ahora sos gelatina
Otra palabra con ina
Como codeína
Esto se parece
Proctina, Nina
Carolina fina
Nicotina y alquitrán
Oid mortales el grito sagrado.”
Andrés Calamaro, El Perro
“El perrito se fue de casa
En pleno brillar de la luna”
Elegante y Pablo Lescano, ATR Perrito Malvado.
“Mil horas
Como un perro
Y cuando llegaste
Me dijiste loco
Estas mojado
Ya no te quiero”.
Abuelos de la Nada, Mil Horas.
La novela de Perón, contra la opinión del peronismo doctrinal, de Tomás Eloy Martínez (de la que se objeta como ficción inexactitudes históricas corregidas por revisionistas: desde Iciar Recalde hasta un pensador que incorporó elementos heterodoxos como el psicoanálisis o el materialismo dialéctico, Norberto Galasso) describe a Tinola y Puchi, los caniches de Perón de modo simpático. Coincide con Esteban Peicovich en una anécdota.
Un odontólogo de San Andrés de Giles que sería presidente acompañado por Solano Lima, habría sido atacado por los perros. “Ni estos perros lo respetan” habría dicho el General en Puerta de Hierro.
Y al poco tiempo, se renunció al cargo que Perón legitimaba y por el 62% de los votos, en primera vuelta, fue el Presidente más votado en la historia argentina.
Dylan era el contraste con El Gato, apodo que el PRO utilizaba con simpatía tras la expresión popular en graffitis que decían “Mauricio Gato”. Dylan, como Bob, es hegemónico: no es un perro de la calle. Distinguido y domesticado no hemos escuchado ladrido alguno en cuatro años. Lo vimos dormirse, plácidamente, mientras en la cuarentena, en el Distanciamiento Social Obligatorio, Alberto Fernández guitarra criolla (de casa Núñez en mano) nos deleitó con La Balsa de Litto Nebbia.
De fondo, Dylan durmiendo.
Connan, quien es percibido como hijo perruno por el Presidente electo lo hemos visto en lo del Pelado de Crónica en una foto pixelada.
El Presidente lloraba. Emocionado. Tal vez la única vez que lloró en público por su amada mascota que le fue, dice, leal, cuando todos lo dejaron solo.
“No me dejen solo” pedía Bernardo Neustadt. Al igual que el Presidente electo, su infancia fue tortuosa. “Una etapa para olvidar” decía Bernardo.
Cuando al presidente estuvo solo, sin nadie a quien llamar para contarle penas humanas, demasiado humanas, estaba Connan.
Desconocemos y no interesan más detalles. Interesa que, como se preguntó proféticamente la poeta Cecilia Pavón “¿Existe el amor a los animales?”, Javier Milei es testigo de que sí. Existen, Cecilia. Y vaya que si.