José Pablo Feinmann fue un pensador singular. Casado en segundas nupcias con “una mujer a la que no le soy infiel por mi integridad física, ella me mata, sigo enamorado desde que la conocí. Es todos los días la misma. Y todos los días distinta”, dijo en Tiene la Palabra por Todo Noticias.
En su libro La sombra de Heidegger describe sus temores infantiles en una sociedad fuertemente antisemita, en su militancia juvenil del peronismo que tenía sectores donde le “hacían sentir que no era una persona si no una rata judía”, un temor por lo que vivieron sus abuelos: el campo de concentración.
Al tener cáncer, cuenta Feinmann, y tener que sufrir la amputación de un testículo “soy un toro. Tengo más energía “, se reía Feinmann al recordar su trauma por el que empezó a militar los psicofármacos. “Recibí electroshock y me hizo bien” cuenta al narrar su depresión que lo condujo a un cáncer al asumir la Junta Militar de Videla donde “se encerraba” en su casa en dictadura.
Feinmann nunca tomó las armas. Repudiaba al igual que el Padre Carlos Múgica esa opción y era crítico de las guerrillas por el discurso supremacista y “los fierros” como estética.
Heidegger para el fue quien mejor pensó esta “época grave”. Retomando al pensamiento pre democrático, pre socrático, de los sofistas: publicistas atenienses, agentes de marketing que pensaban que la realidad no es real si no que el discurso. Que obligaron a Sócrates a morir bebiendo la cicuta por “decir la verdad” tal como dice Platón en Apología de Sócrates.
Heidegger pensaba que Platón tampoco servía: el sofismo funcional al sistema es o desde una oposición funcional, que no moleste, “como quienes no tomamos las armas” al decir de Feinmann y deje hacer denunciando para pocos. Para que el totalitarismo se consolide al decir “hay oposición”.
En ese sentido La Sombra de Heidegger es la novela recomendada