El poeta Pedro Bonifacio Palacios fue la primera lectura para adultos que recibí. A los 7 años memorizaba “No te des por vencido ni aun vencido” mientras aprendía a jugar al truco y al ajedrez con mi abuelo, el patriarca búlgaro Velco. Se sentaba, como era habitual, en la cabecera de la mesa. Su antepenúltima cena, un día del padre, había perdido la dentadura postiza y me dió su última enseñanza “ahora es mejor quedarse callado”. Al día siguiente, como cada tarde de aquel fatídico 2018, rezamos y oramos. Quedó inscripto en el libro de la vida y delante mío susurro “me arrepiento de todo pecado, amen”. Y me dió ya si su despedida: me besó la frente y dijo que el amor era lo más importante. La familia. Y que las Vírgenes a las que adoraba resulta que eran todas la misma y enumeró: Luján, Desatanudos, San Nicolás, De los Dolores. Me despedí y al día siguiente, murió en brazos de mi abuela y mi madre.
El más valioso legado que pude preservar de mi abuelo, don Velco, fue un poemario impreso en 1954. “Para mi nieto, con amor, Dedo Velco” dice la dedicatoria dedicada con su letra de un perfeccionista de la caligrafía. Dedo, en búlgaro, es una palabra que trasciende la de simplemente abuelo. Está emperantada con la de zeide del hebreo y dada la importancia del Islam en Bulgaria tiene relación con el término sheij : un patriarca. No refiere al llamado patriarcado que se denuncia del feminismo. Se asemeja más a la figura de un pastor que custodia los valores de la familia y orienta las ovejas descarriadas. Así se describe en su religión primigenia, el catolicismo de oriente, la Iglesia Católica de congregación Ortodoxa. Cuando el Santo Padre Francisco dice que no toda la Iglesia Católica tiene para la ordenación sacerdotal la necesareidad del celibato está en lo cierto: al unificarse luego de siglos el catolicismo, en Rusia, Grecia, Turquía, Libia, Siria y la mayoría del continente asiático o quienes en occidente adoptan la ortodoxia católica, no lo es: basta con ir al Parque Lezama y presenciar una misa dictada por un patricarca, o una patricarca en otras ramas como la de Yugoslavia: una madre o un padre de familia, un hombre o una mujer con su vida privada oficia la Santa Misa. El católico orotodoxo tiene como misión ser el sacerdote en su hogar.
Con aciertos y errores, Velco, hombre lógico e impulsivo, que habla en bulgañol (mezclaba palabras, pensaba en Búlgaro) siempre había resistido con entereza los embates de una vida de sacrificio. Donde hasta los catorce años fue su propio padre. Su madre era María y en sus últimos días no había diferencia entre la Abuela María y la Vírgen María.
Recitabamos a Almafuerte en la línea A cuando los trenes eran de madera. Aquellos que algún gobierno dijo que había que “hacer un asado” con la historia de Buenos Aires: quien lo dijo no era peronista, de los que se acusaba de “hacer asado” con el parquet de las casas dignas que el Banco Hipotecario facilitaba creditos a trabajadores. Quien dijo eso era radical. Los trenes donde viajó Roberto Arlt servirían para cocinar unos chinchulines.
Almafuerte, maestro de escuela, católico practicante con influencias de los dos genios que tal vez sean los únicos genios que haya producido la literatura argentina (Leopoldo Lugones y José Hernández) hispanizó, trajo al español y a Buenos Aires la figura de Lucifer pero de un modo original. Al diablo se lo llama diablo. Para Almafuerte Lucifer representaba al Cristo. La luz. Este argumento, gracias a que existió una autonomía nacional y que no era teólogo si no poeta, docente y estudioso de la ciencia ficción fue profético: anunciaba el relativismo moral donde el nombre es lo de menos, donde la cosa y la esencia no importan, donde no hay hechos si no interpretaciones.
La sensibilidad poética del judeocristiano Almafuerte fue premomitoria: la androginia de Lucifer en su cosmogonía propia implicaba que veía que a corto plazo “todo seremos un solo género” y lo masculino y femenino se diluirán y los hombres de bien debemos cambiar la formas tradicional del pensamiento y comportarnos como pajarillos errrantes.
La importancia de Almafuerte ha llegado a Estados Unidos: el libro “Quien se ha llevado mi queso” está inspirado en el tercer tomo de su obra completa: el poema “Dulce Roedor”: la tesis del psicólogo gringo es que para sobrevivir en el mundo se debe ser un ratón flexible y genuflexo. De otro modo ante la muerte de Gulliver, algo que predijo el joven Rodolfo Walsh que sucedería antes de la llegada del hombre a la luna y el mundo bipolar, solo quedan dos especies: los liliputienses (humanos demasiado humanos para Almafuerte, introductor de Nietzche) y las ratas. Las dos ratas que sobreviven, dice el doctor Spencer Johnson en coautoría con Kennet Blanchard, se llaman Hem y Haw. Quienes mueren en la fábula tienen nombre en español: Escurridizo y Fisgón, los liliputienses.