Por Javier El Evangelista
Todos tenemos deseos y esperanzas en la vida. Pero nuestros planes no siempre son la voluntad de Dios, y las cosas que vemos que otros experimentan pueden no ser lo que Él tiene reservado para nosotros. Debemos cuidarnos de compararnos con los demás, pues eso conduce a sentir envidia y celos.
Al nombrar a Saúl como primer rey de Israel, el DIOS le dio poder y autoridad sobre la nación. Pero cuando Saúl oyó que las mujeres atribuían mayores elogios a David que a Él, se volvió envidioso y desconfiado. Comenzó a temer que perdería el reino por causa de David, y en definitiva sus celos lo llevaron precisamente a ese resultado.
Tal vez esto parezca un ejemplo extremo, pero puede haber celos escondidos en tu propio corazón. Pregúntate si el éxito material, físico o social de alguien está provocando enojo, descontento o ansiedad en vos. Generalmente estas emociones suelen ser un indicador de una mentalidad celosa.
Al pensar de esta manera, nos creemos la mentira de que conseguir lo que queremos nos hará felices. Pero la satisfacción no viene de salirnos con la nuestra. Más bien, se inicia con el hecho de aprender a aceptar lo que Dios nos da como lo mejor. Solo Él ve más allá de lo evidente y nos da lo que necesitamos para nuestro bienestar espiritual.