La tragedia que hoy golpea a Bahía Blanca y su región no es solo un desastre natural: es un fracaso moral. Nuestra Doctrina, humanista y cristiana, nos enseña que el sufrimiento del prójimo no puede ser ajeno, que cada herida en nuestra comunidad es un llamado urgente a la acción. Recorrí la región el año pasado y conocí a personas extraordinarias, con brazos abiertos y corazones generosos, que me mostraron que la verdadera riqueza de un pueblo no está en sus recursos, sino en su capacidad de amar y servir. Sin embargo, ese amor no se refleja en quienes tienen el poder de transformar realidades.
La Doctrina Social de la Iglesia, pilar de nuestra Doctrina Nacional, nos recuerda que el cuidado de la creación y la atención a los más vulnerables son dos caras de la misma moneda. Cuando las lluvias arrasan hogares y vidas, no es solo la naturaleza la que golpea: es la indiferencia de un régimen político que prioriza el clientelismo sobre el bien común. La provincia de Buenos Ayres, con el 40% de su economía en negro y una coparticipación que usa el Coeficiente Único de Distribución (CUD) como un mecanismo de premios y castigos políticos, refleja la misma cultura del descarte que el Papa Francisco denuncia incansablemente. ¿Cómo hablar de dignidad humana cuando los niños van a la escuela con hambre y las familias lo pierden todo cada vez que llueve?
La solución no está en más planes asistenciales, sino en una verdadera conversión del corazón. Como dice Susana, una amiga bahiense: “las obras necesarias son claras, pero falta la voluntad política para ejecutarlas”. Para gobernar, primero hay que amar: amar la provincia, recorrer sus caminos, escuchar a su gente, sentir en carne propia sus necesidades. Un intendente o un gobernador que nunca pisó el suelo de una casa humilde, que no compartió un mate con quienes más sufren, jamás podrá tomar decisiones que transformen vidas.
Nuestra Doctrina nos llama a construir una política basada en el servicio, no en la acumulación de poder. Amar la provincia es más que un sentimiento: es un compromiso concreto con la justicia social, la solidaridad y el bien común. Solo desde el amor y la humildad podremos sanar las heridas de una tierra que clama por redención.
Luis Gotte
La Trinchera Bonaerense

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